Como siempre hacemos vamos a
trasladarnos en nuestra mente a ese momento y a esa época, un Israel rebelde,
lleno de ofensas y dioses ajenos, pero en medio de todo el caos siempre se
encuentran hombres y mujeres temerosos de Dios, y es ahí donde descubrimos a
nuestros protagonistas de hoy.
Antes aclararemos la
importancia de la descendencia, para un matrimonio el tener hijos era
fundamental, ya que no solo se trataba de seguir el legado de la familia fuese
pobre o rica, sino que entendían que era un regalo divino el tener hijos, por
tanto una mujer que fuese estéril podía ser repudiada, y en muchas ocasiones
ser objeto de la burla de los demás; una mujer en esas condiciones sentía la
presión de la familia quizás y también la de sus vecinos.
Y como no podía ser de otra
forma nuestra protagonista Ana era una mujer de estas características, una
mujer temerosa de Dios, estéril, no consta que tuviese mala posición y
desposada con Elcana un levita.
Era un matrimonio lleno de
amor, Elcana amaba profundamente a su mujer y aunque esta no podía darle hijos
su amor por ella era de entrega, imaginaros a Ana , una mujer que lo que más
deseaba era poder darle un hijo al hombre que quería, para ella no había
ninguna solución, pero si para su marido ,(que aunque ahora sigue vigente en
algunos países no es lo normal) Elcana podía tomar otra esposa sin dejar a Ana,
y así lo hizo desposándose con Penina, en ningún momento nos dice que la amase
como a Ana y en ningún momento leemos que Ana reprochase a su marido esa
decisión y muchísimo menos que se enojara con Dios por ello.
Sino todo lo contrario,
aguanto el que Penina se burlara de ella, que le echase en cara que ella tenía
hijos, y toda clase de impropícios que se le pudiesen ocurrir ya que Penina si
pudo darle hijos a Elcana, pero este si cabe aún amaba más a Ana y la colmaba
de atenciones.
Todos los años esta familia
salía de un pueblo llamado Ramataín de Sofía situado en el monte de Efraín,
para dirigirse a Silos donde iban al templo para el sacrificio, podéis imaginar
el viaje, largo, viendo correr niños que son de tu marido y la mujer que se los
ha dado insultándote y mofándose de ti (imagino ese viaje y en mi mente se aparece una mujer sumisa, una mujer
que probablemente oraba por el camino aguantando como mula la carga en su
lomo).
Ana entro esa vez en el
templo para orar a Dios, y se encontraba allí Elí el sacerdote, la mujer
arrodillada empezó a orar moviendo los labios pero sin pronunciar palabra, esa
mujer estaba desmembrando su corazón, se estaba rasgando por dentro, pidiéndole
a Dios un hijo, la desnudez de su alma era un libro abierto para Dios, porque
el lamento que de el salía era del Espíritu, no pedía un hijo para que la
cuidara en su vejez, o para que ayudara a su marido , pedía un hijo para
entregarlo a Dios, ella entendió que es Dios quien nos da ese privilegio, esa
bendición, quería ser madre de un siervo del Creador, sentir ese momento,
criarlo hasta que pudiese entregarlo a El.
Elí el sacerdote estaba atónito
durante ese rato, pensó que ella estaba bebida y sin refrenar su lengua la reprendió,
como si estuviese ofendiendo el lugar, fue entonces cuando ella si hablo: No
Señor mío, yo soy mujer trabajada de espíritu. No he bebido ni vino ni sidra,
sino que he derramado mi alma ante el Señor. No tengas a tu sierva por una
mujer impía, porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he
hablado hasta ahora.1 Samuel1:15-16.
Ese fue el motivo decisivo en la vida de esa
mujer, sus recursos naturales ya estaban agotados, y de todo corazón clamaba a
Dios para que interviniera a su favor, no para satisfacer sus deseos maternales
sino para que se manifestase en ella la gloria de Dios. (oh Señor que momento
tan impresionante tuvo que ser, que comunión, que confianza).
Ante esto a Elí que podemos
imaginar que se quedo paralizado la despidió en Paz y diciéndole que la
petición que había hecho al Dios de Israel fuese cumplida.
Mujeres, Dios contesta a la
oración verdadera, esa que duele en el alma, lo hizo entonces y lo sigue
haciéndolo ahora, Ana tubo a su Hijo Samuel , el que sería profeta de Dios,
hombre importante para el pueblo de Israel.
Ana crió a su hijo aproximadamente unos tres años,
hasta destetarlo y cumpliendo su promesa, cuando fue el tiempo de volver al
santuario para el sacrificio entrego a su hijo a Elí para que cuidase de él y
le enseñase lo que era necesario para su futuro servicio a Dios.
Durante los años que
prosiguieron a ese día, Ana volvía al templo para orar, dar gracias y ver a su
hijo y nos dice la Palabra
que le llevaba un abrigo hecho por ella nuevo para Samuel.
Esa es la historia, y
personalmente me gustaría deciros que he disfrutado tanto preparándola como la
primera vez que la leí o más si cabe, una mujer con todo en contra por su
esterilidad, pero da igual el problema que tuviese, cuantos tenemos nosotras y
en un momento nos desesperamos y buscamos nuestros propios recursos, amigas
,recordemos a Ana, y oremos y confiemos, llevamos toda la semana hablando de la
oración, y las Escrituras nos dan el testimonio que son efectivas, confiemos en
El Señor, confiemos en Dios, y sean nuestras oraciones sacrificios vivos ante
la magnitud de nuestro Padre Celestial.
Oremos pidiendo esa porción
diaria más de fe, cada día y no busquemos en ella la consolación de un deseo
propio, sino que el resultado de esa oración sea para la glorificación de Dios.
Podría seguir más y más pero
como siempre creo que ya me pase, solo deseo que podáis entender lo que de mi
corazón ha podido salir al exponeros esta parte de la Escritura y recomendaros
que leáis el cántico de Ana, porque es una joya que daría mucho más que hablar.
Que sea de edificación y
bendición.
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